Mayo 2022

 

La violencia ha ido aumentando exponencialmente en nuestro país. En todos los ámbitos. Desde la delincuencia desbordada, apoyada o basada en el narcotráfico hasta las agresiones, robos con violencia, incursiones en casas, robo de vehículos, etc. Se está instituyendo una cultura nacional basada en la violencia. Ya las demandas, muchas veces legítimas, de la población civil, se basa en actos violentistas. De inicio. El diálogo, las conversaciones, las transacciones y la búsqueda de acuerdos no son, en la actualidad, el primer paso para obtener un objetivo.

 

Por lo contrario, lo primero es un acto de violencia, muchas veces extremas y, posteriormente se intenta dialogar.

Ejemplos hay muchos. Quizás demasiados. Las tomas de caminos por los transportistas, la toma de las calles por los autobuseros, la quema de las propiedades por grupos indígenas. La toma, quema de colegios y de autobuses por los estudiantes, entre otros ejemplos, todo es violencia. Esa es la norma actual para lograr un objetivo.

Un problema adicional son las secciones que, finalmente, tienen estos actos delictuales. Muchos consideran que si la demanda es justa, pues no importa el camino para conseguir. Un “el fin justifica los medios”, llevado a su máxima representación.

Los alumnos universitarios, ante cualquier obstáculo para obtener sus demandas, hacen un paro, con todas sus consecuencias que conlleva. A veces una votación de paro, aprobada por escasa mayoría, genera el atraso de casi la mitad de los estudiantes de un curso o nivel.

Se debe hacer algo. Se precisa un cambio cultural como plan a largo plazo y, en el corto, se debe sancionar y castigar a aquellos que, violando la institucionalidad urgente en cualquier nivel, hacer de la violencia el pan de todos los días, lo que permite amparar a delincuentes y narcotraficantes que se  amparan tras demandas, muchas de ellas muy legítimas y justas.